lunes, 15 de abril de 2013

Hablar por boca de ganso

Durante los siglos anteriores, retrocediendo a la época palaciega de la Ilustración, cuando el barroco y el rococó dieron paso al post clasicismo, las grandes familias solían contratar a un Ayo con el fin de que este ejerciese de maestro de letras y ciencias para sus hijos. El Ayo, un educador dogmático, pragmático y enciclopedista, dotaba de una educación rígida a los niños de familias nobles con el fin de instruirlos para su futura incorporación a la alta vida social.

Debido a que siempre iban equipados de plumas de ganso para mojar en tinta y escribir sus textos, los Ayos pasaron a ser conocidos, popularmente, como gansos. A la consolidación del apodo ayudaron también los paseos que, por pasillos y jardines, daban los Ayos con sus alumnos, quienes le seguían en fila india, a semejanza de una familia de gansos. En estos paseos, los niños iban repitiendo, de manera casi inconsciente y literal, cada una de las lecciones que les había enseñado su "Ganso".

Los niños lo repetían todo sin verificar si lo que decían era o no cierto. Lo daban por hecho puesto que era lo que les había enseñado su Ayo. Así, el paso del tiempo denominó a "hablar por boca de ganso" a todas las frases o palabras dichas simplemente porque lo habian leído o escuchado en algún sitio, sin pararse a pensar si lo que estaban diciendo era verdadero o coherente.

Así, hoy, cada vez que alguien dice algo con pinta de estar muy enterado y simplemente lo dice porque se lo ha escuchado decir a alguien o lo ha leído en algún sitio, decimos que está hablando por boca de ganso. Porque en realidad es lo que popularmente conocemos como un listillo y tiene muy poca idea de lo que está diciendo.

jueves, 4 de abril de 2013

No hay tu tía

Conocido es por todos que los primeros grandes médicos de la historia fueron musulmanes. En la Europa cristiana, los viejos cirujanos, también conocidos como barberos, se dedicaban exclusivamente a la sangría y el cataplasma. Sin embargo, en los zocos árabes ya había llegado la investigación y los médicos, considerados como personas importantes, habían comenzado a experimentar con remedios y medicinas.

Como consecuencia de raspara las paredes de las chimeneas de fundición, obtuvieron un polvo negro que se conocía como óxido de zinc. El mismo, mezclado con algunas sales y aceites, se convirtió en un remedio efectivo para las lesiones oculares. El ungüento, bautizado con el nombre de Atutiya, fue ganando popularidad hasta convertirse, prácticamente, en una panacea que se utilizaba para la cura de otras enfermedades comunes.

Los cristianos de España, dados a la hispanización de los términos árabes, adoptaron el ungüento llamándolo atutía. De esta forma, el remedio, que posteriormente perdió su "a" inicial y pasó a conocerse popularmente como "tutía", pasó a despacharse en boticas, a las que acudían los enfermos en busca de una cura que apaciguase sus dolores.

La frase pronunciada por los boticarios de turno cada vez que se les agotaban las existencias del producto, pasó a convertirse en chascarrillo popular cada vez que hacía saber que algo no tenía solución. "Nada, que no hay tutía". La simplificación del término y la pérdida del uso del ungüento con el paso de los años, hizo que la expresión derivase en el "no hay tu tía" que utilizamos en la actualidad.

De esta manera, cada vez que nos topamos con un obstáculo imposible de sortear o con alguien imposible de convencer, cuando no hay solución o la situación es inevitable, pronunciamos el "no hay tu tía" y la gente sabe que les estamos diciendo que no hay nada que hacer, que no lo vamos a conseguir.