Durante las épocas en las que, en ciertas zonas, la madera se convirtió en la gran materia prima tanto en construcción de hogares como combustible para calefacción, los leñadores se convirtieron en hombres necesarios y afamados que, hacha en hombro, se adentraban en los bosques para talar árboles como si la propia vida les fuese en ellos. Al golpe seco para hondar en el tronco, se le conocía como troche, y el golpe más de canto para limpiar el corte de residuos, era el moche. Así, los leñadores troceaban y mocheaban sin parar, una y otra vez, una y otra vez.
De esta manera, cada vez que alguien realiza una actividad sin orden ni concierto, sin sentido de la medida, decimos que lo hace a troche y moche, pues, como los antiguos leñadores, hacen las cosas sin parar, en exceso y sin detenerse a considerar daños o perjuicios.
De esta manera, cada vez que alguien realiza una actividad sin orden ni concierto, sin sentido de la medida, decimos que lo hace a troche y moche, pues, como los antiguos leñadores, hacen las cosas sin parar, en exceso y sin detenerse a considerar daños o perjuicios.