miércoles, 26 de septiembre de 2012

Dormirse en los laureles

En la época clásica, el laurel era considerado como un árbol protector y curativo, los romanos lo asociaron como símbolo de Apolo, Dios de la belleza y la juventud. Como conmemoriación a alguien cuyas dotes destacaban por encima de las de los demás, se regalaba una corona de laurel a modo de consagración. Así, en los antiguos Juegos Píticos, sucesores de los Juegos Olímpicos en Roma, se coronaba con laurel a cada uno de los campeones. Siendo considerado, pues, como símbolo de victoria, el laurel pasó a decorar las cabezas de emperadores y de grandes generales después de triunfar en batalla. Se decía que, una vez coronado, el emperador o el general solía descuidar su actividad al considerar que ya había logrado suficiente y el éxito le iba a acompañar siempre. De esta manera, cada vez que el pueblo comprobaba como su dirigente no hacía nada por ayudarles, solía decir que dormía en sus laureles.

Así, la expresión ha llegado a nuestros días, como símbolo de la pereza y de la autosatisfacción mal gestionada. Alguien consigue algo que le ha costado cierto esfuerzo lograr y, una vez obtenido el premio deja de esforzarse pues considera que puede ser capaz de vivir para siempre gracias a su éxito. Cuando su carrera va cuesta abajo se dice que se ha dormido en los laureles.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Camisa de once varas

En la Edad Media, existía un ritual para la aceptación de la adopción de un hijo por parte de una familia ajena. En el mismo, el padre adoptivo introducía al bebé por la manga de una camisa amplia y lo sacaba por el cuello, dándole, finalmente, un beso en la frente en señal de bienvenida familiar. De esta manera, al no haber parido la madre a quien iba a criar como su hijo, se simulaba un segundo parto con la amplia camisa como símbolo del útero materno. Al ser las camisas mucho utilizadas mucho más amplias que los bebés y al utilizarse la vara como unidad de medida en la época, la gente, cada vez que había una adopción, comentaba que iban a meter al niño en una camisa de once varas; algo que significaba una exageración popular por las once varas hubiesen equivalido a unos nueve metros y medio de camisa.

A partir de generalizarse la acepción, más allá de los rituales de adopción, cada vez que alguien se metía en un asunto que no le concernía o del cual le iba a costar mucho apuro salir adelante, se decía que, igual que a los bebés, se había metido él solito en una camisa de once varas y que le iba a resultar muy difícil encontrar el cuello de la misma y sacar la cabeza del atolladero. La acepción del término "meterse en camisa de once varas", a día de hoy, y cuando los rituales medievales de adopción, han quedado en el olvido, es la de complicarse la vida innecesariamente; asumir un problema que no es tuyo y meterte, como aquellos niños de la Edad Media, en la manga de una camisa sin saber por dónde está el cuello.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Roma no paga traidores

Viriato fue el general lusitano que encabezó la rebelión contra Roma cuando esta intentó conquistar Hispania en el siglo III A.C. en el marco de la segunda guerra púnica. Después de varias victorias sonadas y tras haber capturado, y perdonado la vida a cambio de paz, al jefe militar Fabio Máximo Serviliano, fue traicionado por sus discípulos Audax, Ditalcos y Minuros quienes aceptaron oro a cambio de asesinar a su general mientras dormía. Una vez realizado el trabajo y con las manos manchadas de la sangre de Viriato, fueron a reclamar su recompensa a Quinto Servilio Cepión, nuevo jefe militar romano en la zona y hermano del derrotado Serviliano y este les recibió con lanzas y con una frase que era una declaración de intenciones de los valores del imperio. "Roma traditoribus non premiat", o lo que es lo mismo, "Roma no paga traidores". De esta manera, Viriato fue incinerado en loor de multitudes y sus asesinos fueron enviados al patíbulo condenados por traición. Así pagaron la muerte de un héroe y la paz de un imperio.