jueves, 19 de noviembre de 2015

Poner en tela de jucio

El Imperio Romano concibió los primeros grandes proyectos de Estado tal y como hoy los conocemos. Su ingeniería y arquitectura aún inspira a muchos de los proyectos actuales, pero por si algo se distinguieron del resto de imperios anteriores fue por el dictado de sus leyes. El derecho romano puso la primera piedra a lo que más tarde se terminaría convirtiendo en las particulares judicaturas nacionales.

El sistema romano impuso los juicios de la manera como hoy los conocemos. Quizá no con tanta sofisticación ni oportunidades de defensa para el acusado, pero al menos se reunían, daban oportunidad a las partes y dictaban sentencia. Pero los juicios no eran sino la última fase de una serie de pesquisas que comenazaban con la negociación en la empalizada.

La empalizada no era otra cosa que un lugar cerrado donde se discutían los asuntos que eran suceptibles de ir a juicio. Aquella empalizada, derivado su nombre al romano, se conocía como "tela". Era por ellos que se decía que los casos estaban en la tela. De ahí saldrían los pleitos que se resolverían mediante juicio o los que derivarían directamente en una sanción sin proceso previo.

Es por ello, que desde entonces, decimos, cuando nos cuentan algo que no terminamos de creernos, por inverosímil o por incoherente, que preferimos ponerlo "en tela de juicio", es decir, preferimos verificar los hechos, contrastar los sucesos y si averiguamos que es cierto, entonces darle la calidad de real.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Armar la marimorena

En la segunda mitad del siglo XVI, existía, en la Cava Baja madrileña, una taberna de postín y trago largo, regentada por un matrimonio bien avenido. Él era Alonso de Zayas y de ella se sabe que tenía por nombre María y sus cabello, al igual que su tez, eran de color moreno. Debido a ello, y a que aquella señora María llevaba el gobierno de la taberna y del matrimonio, se dio llamar a aquella tasca el nombre de taberna de la María Morena. Una mujer de armas tomar según dieron fe los posteriores escritos.

Ocurrió que cierto día acudieron a beber a la taberna algunos soldados, fatigados, que regresaban de los tercios. Como quiera que la única sed que avivaba su ánimo era la del buen vino, solicitaron al tabernero unos pellejos que colgaban de una de las paredes del establecimiento. Ante la negativa del dueño a servirles aquel vino, alegando que el mismo estaba reservado para clientes de mayor postín, los soldados organizaron una sonora protesta que terminó en bronca descomunal.

No hubiese sido tanta la fama de la tabernera de no haber sido ella la mayor protagonista en aquella pelea. María Morena repartió lo suyo y lo de su marido. Volaron sillas, hubo sangre, cayeron dientes y algún hueso hizo croc. Ya en el calabozo, cada uno de los participantes en el alboroto dio su versión de los hechos y en lo que todos coincidían era en la bravura y fuerza de la tabernera.

Desde entonces, en los corrillos populares de la ciudad, a cualquier algarabía, alboroto o pelea producida en las calles se le llamó "armar la marimorena". Aquella expresión fue extendiéndose hacia el resto de España hasta el punto de que ante cualquier bullicio de carácter público y colosal, solemos decir que "se ha armado la marimorena". Y todo en homenaje a la esposa del dueño de la vieja taberna situada en la Cava Baja madrileña.

lunes, 20 de julio de 2015

Hacerse el sueco

Durante la antigua Grecia, y posteriormente en Roma, el teatro se convirtió en uno de los entretenimientos preferidos de la clase alta. En un recinto debidamente confeccionado para la ocasión, los actores saltaban a un escenario desde el que nacían varias filas de gradas, para recitar una obra aprendida de memoria y con el fin de satisfacer el deseo de goce de los asistentes.

Para ganar altura en las tablas, junto a los hombres que solían ser más altos, las mujeres comenzaron a calzar un zapato de madera que pasó a llamarse soccus (más adelante, lo conocimos como zueco). Aquel calzado, aparte de distinguir a las mujeres en el escenario, fue utilizado por los hombres cuando estos escenificaban una comedia, pues este calzado les convertían en más vulnerables visualmente, a la vez que toscos y torpes.

Semejante manera de actuar de los comediantes, calzado con aquellos aparatosos zuecos, caló entre el populacho y fue por ello que cada vez que alguien no quería enterarse de algo o se hacía el desentendido, se decía que actuaba como un actor con sus soccus, de manera torpe, mostrándose como poco inteligente, por lo que se comenzó a llamar a esas personas como soccus primero, zueco más tarde y sueco de manera definitiva.

De esta forma, cada vez que alguien hace como que no se entera de algo o quiere hacer ver que aquello no va con él, decimos que se está haciendo el sueco. No le interesa meterse en ese charco; prefiere hacerse el tonto y el torpe y que venga otro detrás, con menos comedia, a resolver el problema.


lunes, 25 de mayo de 2015

Sembrar cizaña

La cizaña es un cereal muy parecido al trigo cuyo grano es nocivo para la salud. Al crecer junto al trigo puede llegar a confundirse con el mismo y mezclar sus granos con él en lo que puede resultar una mezcla dañina.

En una de las parábolas mas recurrentes del nuevo testamento, se habla de que Jesús ordenó a sus discípulos separar el trigo de la cizaña desde su nacimiento, el único momento en el que ambos eran distinguibles pues, de lo contrario, ambos crecerían juntos, se mezclarían y el mal trigo terminaría destruyendo toda la cosecha.

En términos cuantitativos y extrapolando la parábola a la vida cotidiana, el sembrar la cizaña viene a ser sembrar, mediante la palabra, el mal contra otra persona. Cuando alguien se dedica a hablar pretenciosamente contra alguien y termina convenciendo a la masa de la culpabilidad de alguien que realmente no lo es, decimos que esa persona ha sembrado la cizaña. Ha sembrado un mal cereal para que crezca sobre la persona a la que le atacará la duda y se verá acusado, por causa de la envidia o el odio, de algo que probablemente nunca cometió.

jueves, 23 de abril de 2015

A buenas horas mangas verdes

Durante el reinado de los Reyes Católicos, concretamente en las Cortes de Madrigal celebradas en 1476, se aprobó la creación de un cuerpo de seguridad que velase por los aldeanos que vivían, generalmente, como familias aisladas, en pueblos y caminos. Este cuerpo, formado por la unificación de varias cofradías, se bautizó como la Santa Hermandad y, extrapolado al día de hoy, podemos decir que fue el primer cuerpo policial organizado de la historia de España.

La vestimenta de los miembros de la Santa Hermandad consistía en un coleto largo de cuero claro y, debajo, una camisa de color verde cuyas mangas asomaban de manera visible. Fue por ello que, popularmente, fueron conocidos como "los mangas verdes". En un principio fueron muy eficaces pero, con el tiempo el cuerpo fue degenerando hasta convertirse en un conglomerado de tipos vagos e ineficaces que llegaban a los lugares cuando ya se había perpretado el delito. Fue por ello que se hizo popular el dicho de "a buenas horas mangas verdes". Bien por miedo a enfrentarse al delincuente o bien por vagancia, resultó que casi nunca llegaban a tiempo.

Por ello, la frase "a buenas horas mangas verdes", se ido usando a lo largo del tiempo para expresarle a alguien la molestia por no haber llegado a tiempo de resolver un problema. Cuando necesitamos la ayuda de alguien y ese alguien llega cuando esa ayuda ya no es necesaria, le decimos: "a buenas horas, mangas verdes".

miércoles, 8 de abril de 2015

Me importa un pito

En la antigua milicia, el portador del pito tenía la figura simbólica de encabezar las tropas e ir tocando una especie de silbato que ayudaba a la marcha de la formación. Generalemente se trataba de jóvenes sin rango militar que se echaban a un lado a la hora de la batalla y cuyo papel en el ejército no era más que testimonial. Tocaban el pito y poco más.

Su paga era la mínima y su poder de decisión era totalmente nulo. Por ello, cada vez que hablaban, eran escuchados con total displicencia. Fue por ello que cada vez que una frase atronaba los oídos de alguno de los soldados, estos, para recalcar la indiferencia que les producía, solían decir que aquello les importaba un pito. Es decir, no le daban más importancia que lo que pudiese decir el chico que se encargaba de tocar el pito. Lo que era nada o casi nada.

Dicha expresión la hemos adoptado en nuestros días para recalcar que algo no nos importa nada. Nos pueden decir que fulanito ha dicho algo de nosotros y nosotros contestar "me importa un pito"; es decir, me da igual lo que digan.

martes, 31 de marzo de 2015

Por h o por b

Durante los pasados años académicos, y debido a la similitud fonética entre la "b" y la "v" y el sonido mudo de la "h" cuando va sola en alguna palabra, era común que muchos alumnos, confundidos por la etimología de las palabras, confundieran la ortografía en los exámenes y cambiasen alguna "v" por una "b" u omitiesen alguna "h" en la redacción.

Para conseguir que los alumnos no repitiesen el error cometido, era frecuente que los maestros suspendiesen todos aquellos exámenes que tuviesen una falta de ortografía. Compungidos, al llegar a cada, los chicos entregaban los boletines a sus padres alegando que les habían suspendido por una "h" o por una "b". De ello que se hiciera frecuente la expresión: "Por h o por b, me han suspendido".

Es por ello, que bien para excusarnos, o bien para tratar de explicar los impedimentos que nos han surgido a la hora de llevar a cabo una tarea que no hemos podido concretar, solemos decir que, por diversos motivos o a causa de ciertas trabas, "por h o por b", no hemos podido conseguirlo.

martes, 17 de marzo de 2015

Brillar por su ausencia

Era costumbre que, en la antigua Roma, los funerales se celebrasen con una serie de retratos realizados en cera, junto al féretro del fallecido, en representación de los antepasados del mismo. De este modo, cada fallecido llevaba en su pompa fúnebre un retrato de su padre, madre, esposa o hermanos en caso de haber fallecido uno de estos.

Ocurrió que, durante el funeral de la dama Junia, esposa de Tasio y hermana de Bruto, ninguno de los dos, en forma de imagen de cera, estuvo presente en los responsos en calidad de antepasado ilustre de la fallecida. Se dio el caso de que, al haber sido ambos, conspiradores principales del asesinato de Julio César, el senado les terminó nombrando traidores y les dio muerte sin honor. Por ello, la presencia de ambos no tenía sentido en un funeral de estado al ser considerados como traidores al imperio.

Como consecuencia de lo acaecido en el funeral de Junia, el poeta Tácito, en sus anales, escribió el siguiente verso: "Delante de la urna fúnebre llevaba a sus antepasados, entre todos los héroes que, presentes a nuestros ojos, provocaban el dolor y el reconocimiento, Bruto y Tasio brillaban por su ausencia".

De esta forma, Tácito resaltó la importancia de la ausencia de los dos familiares de Junia por delante de la presencia de todos los demás. Su ausencia brilló por encima de las presencias, una ausencia que recorrió Roma de boca en boca y el mundo pudo terminar rememorando gracias a los poemas de los cronistas.

Así, cada vez que alguien no está en el lugar en el que se le espera o donde sí debería estar por obligación moral o por ser personaje ilustre en la escena, su ausencia, al ser mucho más destacable que la presencia del resto de asistentes, resulta brillante. Es decir, brilla por su ausencia.

jueves, 19 de febrero de 2015

De punta en blanco

Durante la Edad Media eran habituales los torneos o combates entre caballeros. De igual forma, los grandes caballeros, entendidos como nobles de casas con abolengo, eran los que siempre iban mejor equipados en los combates de guerra. Como quiera que aquellos años fueron propicios en guerras, disputas y retos en los que se ponía en juego la tierra y el honor, eran muchas las ocasiones en las que los caballeros ponían en riesgo su vida en pos de derrotar a algún enemigo en la contienda.

Para llegar en la mejor forma física posible a sus duelos, los caballeros entrenaban con sus armas casi a diario. Aquellas armas de entrenamiento eran, generalmente, de madera o de latón ennegrecido. El material, debido a su baja calidad, terminaba perdiendo el color y quedando practicamente opaco a medida que la práctica del entrenamiento iba en aumento.

Sin embargo, el día del combate, aquellas armas melladas y descoloridas quedaban en la armería y los caballeros cabalgaban en sus monturas con sus mejores galas. Entre sus armas, las espadas estaban tan pulidas y brillantes que producían un color blanquecino al recibir los rayos del sol. Aquella punta blanca reluciente quedó como identidad del poder del caballero para deslumbrar. Por ello, se decia, debido a aquella punta de espada brillante, que los caballeros salían de su castillo, prestos al combate, de punta en blanco.

La expresión, a día de hoy, se ha extrapolado para referirse a las personas que van pulcramente vestidas, con elegancia y con la ropa totalmente impecable. Lo que viene siendo, vestir de gala.

lunes, 19 de enero de 2015

A troche y moche

Durante las épocas en las que, en ciertas zonas, la madera se convirtió en la gran materia prima tanto en construcción de hogares como combustible para calefacción, los leñadores se convirtieron en hombres necesarios y afamados que, hacha en hombro, se adentraban en los bosques para talar árboles como si la propia vida les fuese en ellos. Al golpe seco para hondar en el tronco, se le conocía como troche, y el golpe más de canto para limpiar el corte de residuos, era el moche. Así, los leñadores troceaban y mocheaban sin parar, una y otra vez, una y otra vez.

De esta manera, cada vez que alguien realiza una actividad sin orden ni concierto, sin sentido de la medida, decimos que lo hace a troche y moche, pues, como los antiguos leñadores, hacen las cosas sin parar, en exceso y sin detenerse a considerar daños o perjuicios.