jueves, 19 de febrero de 2015

De punta en blanco

Durante la Edad Media eran habituales los torneos o combates entre caballeros. De igual forma, los grandes caballeros, entendidos como nobles de casas con abolengo, eran los que siempre iban mejor equipados en los combates de guerra. Como quiera que aquellos años fueron propicios en guerras, disputas y retos en los que se ponía en juego la tierra y el honor, eran muchas las ocasiones en las que los caballeros ponían en riesgo su vida en pos de derrotar a algún enemigo en la contienda.

Para llegar en la mejor forma física posible a sus duelos, los caballeros entrenaban con sus armas casi a diario. Aquellas armas de entrenamiento eran, generalmente, de madera o de latón ennegrecido. El material, debido a su baja calidad, terminaba perdiendo el color y quedando practicamente opaco a medida que la práctica del entrenamiento iba en aumento.

Sin embargo, el día del combate, aquellas armas melladas y descoloridas quedaban en la armería y los caballeros cabalgaban en sus monturas con sus mejores galas. Entre sus armas, las espadas estaban tan pulidas y brillantes que producían un color blanquecino al recibir los rayos del sol. Aquella punta blanca reluciente quedó como identidad del poder del caballero para deslumbrar. Por ello, se decia, debido a aquella punta de espada brillante, que los caballeros salían de su castillo, prestos al combate, de punta en blanco.

La expresión, a día de hoy, se ha extrapolado para referirse a las personas que van pulcramente vestidas, con elegancia y con la ropa totalmente impecable. Lo que viene siendo, vestir de gala.