martes, 30 de octubre de 2012

Noche toledana

En el año 803 d.c., gobernaba en Córdoba, capital del califato de Al-Andalus, el emir Al-Hakam I. En la ciudad de Toledo, sometida al Califa, convivían musulmanes, judíos y cristianos, muchos de ellos nobles y, la mayoría, molestos con la forma de gobernar del wazir de la ciudad, Jusuf-Ben-Amru. Amru era despiadado, injusto y nada benevolente. Tras una decisión en la que aprobó un edicto que iba en contra de los nobles toledanos, estos se rebelaron contra el wazir de tal manera que asaltaron su palacio y le hicieron preso para después decapitarlo en la plaza pública. Muley, el consejero que el emir tenía en Toledo, corrió a Córdoba para contarle a Al-Hakam todo lo sucedido. La respuesta del emir fue enviar a Toledo al padre del decapitado Wazir, Amru I.

Amru, el padre, gobernó la ciudad con condescendencia, bondad y comprensión. Se formó un Consejo de nobles, que tras el recelo inicial, posaron toda su confianza en el nuevo wazir al comprobar que éste no tomaba ninguna decisión sin consultarla primero con ellos. De tal forma se apaciguó a la ciudad hasta que a esta llegó el príncipe Abderramán I. El primogénito del emir llegaba desde Córdoba camino de Zaragoza y había hecho parada en Toledo para descansar, dar de comer a sus hombres y de beber a sus caballos. Amru, en su condición de wazir de la ciudad, organizó un festín en honor al príncipe e invitó a su palacio a todos los nobles de la ciudad. Adornó las oscuras calles con antorchas y engalanó la entrada al palacio con las mejores sedas. De aquella forma, ningún noble se perdió por el camino y pudo entrar emocionado a lo que, creían, sería una recepción inolvidable.

Y lo fue, pero no por lo que ellos habían imaginado. A medida que los nobles iban entrando al palacio, fuertes guerreros musulmanes los iban conduciendo a un patio interior donde habían cavazo una fosa. Al pie de la misma, todos los nobles, uno a uno, fueron siendo decapitados y arrojados al fondo. Una vez no quedó un noble con vida, cada una de las cabezas fue clavada en una pica para que, a la mañana siguiente, los ciudadanos de Toledo comprobasen qué les ocurriría si volviesen a perpretar una revuelta. Amru, satisfecho por la perfecta ejecución de su plan, se dirigió a la tumba de su hijo y le expresó con devoción palabras que habían sido promesa. "¡Hijo mío, ya puedes dormir en paz, pues ya has sido vengado!".

Desde entonces, cada vez que alguien pasa una noche en vela por un mal motivo, bien no puede dormir por encontrarse mal, por tener alguna preocupación o porque alguien no le ha dejado hacerlo, al levantarse por la mañana y sentirse preso del agotamiento, suele decir que ha pasado una noche toledana. La referencia proviene de aquella noche del siglo IX en el que cientos de nobles toledanos fueron pasados por la espada tras ser engañados con palabras serviles.

jueves, 18 de octubre de 2012

Las paredes oyen

Durante la segunda mitad del siglo XVI, Juan Calvino revolucionó todas las teorias católicas imponiendo el nombre de Dios por encima de la condición humana. Los católicos, que defendían el pecado como condición humana, no aceptaron las propuestas reformistas de quien generó tantos seguidores que llegaron a convertirse en una plaga molesta en los países del sur de Europa. En Francia, a los calvinistas se les conocía como hugonotes. Y en Francia reinaba Enrique II cuya, esposa, Catalina de Médici era una ferviente seguidora de la religión católica. A Catalina de Médici le molestaban los hugonotes y sus teorías y fue por ello que organizó una persecución contra ellos que culminó en la sangrienta madrugada del veinticuatro de agosto de 1572 en el que cientos de seguidores calvinistas fueron pasados por el filo de la hoja en la que pasó a la historia como "La noche de los cuchillos largos".

Se cuenta que después de aquello Catalina de Médici temía más la represalia que la regeneración de los hugonotes. Tal fue su obsesión, que ordenó derribar todos los muros de palacio para volver a construir paredes con conductos acústicos. De esta manera, de una habitación a otra podía escuchar todo lo que hablasen sus visitantes sin necesidad de estar junto a ellos. Desde entonces, cada vez que alguien debe contar algo secreto o comprometido en algún lugar inseguro, se le suele decir "ten cuidado con lo que cuentas y como lo cuentas, que las paredes oyen". Es una manera de citar a Catalina de Médici y de advertir a tu interlocutor que, aunque él no lo crea, alguien puede escuchar lo que está diciendo y ponerle en un serio compromiso.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Salvarse por los pelos

En 1809, José I Bonaparte dictó una Real Orden por la cual todos los miembros de los cuerpos de marina, por razones de higiene, debían lucir pelo corto. Aquella ordenanza tuvo muy mala acogida por parte de los marineros quienes, delegando en los almirantes de la armada Manuel Calderón y Manuel Morales, enviaron una carta al consorte que causó su efecto y terminó derogando la norma.

El motivo de la protesta fue que, durante muchos siglos, los marineros utilizaron su pelo largo como un instrumento para salvar sus vidas. Esto era así porque jamás se solicitó como condición fundamental para embarcar la de saber nadar. De esta manera, muchos de los marineros, piratas o mercaderes, caían al agua en el ejercicio de sus maniobras y eran agarrados, por sus compañeros, de los pelos, para evitar que se hundieran. Así fue como las largas melenas salvaron muchas vidas.

A día de hoy, la expresión "salvarse por los pelos", se ha extrapolado de manera que la utilizamos siempre que nos salvamos, in extremis, de un peligro o de una acción incómoda, al igual que se salvaban los marineros de la muerte gracias a sus pelos largos.