
Para llegar en la mejor forma física posible a sus duelos, los caballeros entrenaban con sus armas casi a diario. Aquellas armas de entrenamiento eran, generalmente, de madera o de latón ennegrecido. El material, debido a su baja calidad, terminaba perdiendo el color y quedando practicamente opaco a medida que la práctica del entrenamiento iba en aumento.
Sin embargo, el día del combate, aquellas armas melladas y descoloridas quedaban en la armería y los caballeros cabalgaban en sus monturas con sus mejores galas. Entre sus armas, las espadas estaban tan pulidas y brillantes que producían un color blanquecino al recibir los rayos del sol. Aquella punta blanca reluciente quedó como identidad del poder del caballero para deslumbrar. Por ello, se decia, debido a aquella punta de espada brillante, que los caballeros salían de su castillo, prestos al combate, de punta en blanco.
La expresión, a día de hoy, se ha extrapolado para referirse a las personas que van pulcramente vestidas, con elegancia y con la ropa totalmente impecable. Lo que viene siendo, vestir de gala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario